Las vicisitudes que sorteó Anthony Santos en sus años de aprendizaje son el pan nuestro de cada día en la música, pero en su caso, analizando el panorama actual, las cosas adquieren dimensiones superlativas. En el 1987, el cantante era un mozalbete que tocaba la güira a las órdenes de Luis Vargas, que sí era el bachatero que idolatraban todos esos exponentes jóvenes del género.
Más estilo
Pero poco a poco, la bachata fue adentrándose en la mente del pueblo, en un públic o que poco le interesaba lo que pasaba en torno al pujante estilo musical, abriéndose paso en las emisoras que se negaban a tocar sus canciones, y Anthony Santos seguía cantando y componiendo sus propias melodías, marcando distancia de los que ya estaban establecidos. A diferencia de Vargas, el rey del doble sentido y el morbo más penetrante que predominaba en sus bachatas, Anthony apostaba a una fórmula un poco más estilizada, más sentida y mejor trabajada.
Hombre de timidez insufrible, veinte años después de «Voy pa’llá», el otro (autodenominado Mayimbe de la bachata), mira el pasado y se ríe de los que dejó detrás, que, por supuesto, ni vienen y nunca han venido con él.
Hace poco, en la que fuera su primera actuación en Hard Rock Café, Anthony se saldó con un caché de RD$1.5 millones (el trámite de contratación acarrea otros gastos extracurriculares que suman casi 1.7 millones de pesos), convirtiéndose en el único artista popular de su género (y del merengue, la salsa, la balada) que puede darse ese lujo.
Una cifra impensable para un artista de su género. Habría que juntar a cinco o seis cantantes de la bachata para alcanzar esa distinción, y muchos, aún con el dinero en mano, no han logrado el sí del misterioso cantante, que le ha dicho que no al mismísimo Festival Presidente de
Anthony Santos se ha convertido en la “última Coca-Cola del desierto”. Literalmente. Un artista atípico, que hasta hace poco, no firmaba contratos y quien requería sus servicios, se tenía que conformar con la «palabra empeñada» que garantiza la seriedad de una persona del campo, o en su defecto, con un recibo que firmaba el propio artista como parte de una transacción comercial que podía envolver miles, o millones de pesos. Hace unas semanas, según información confirmada por El Caribe, el intérprete de «Ay ven» firmó contrato –el abogado Carlos Balcácer se encarga de ello– por RD$20 millones para tocar diez actividades. En la misma medida en que su cotización aumenta, las dificultades para acceder a su entorno son tan risibles como el kerly empapado de vaselina que caracterizaba su imagen en los 90.
Las leyendas
Las leyendas sobre su enigma corren de boca en boca. Cuentan, que en los días de gloria del ex capitán del Ejército Nacional, Quirino Ernesto Paulino Castillo, éste le había desembolsado un millón de pesos para cuatro presentaciones en Baní, y cuando el bachatero recibió las coordenadas del lugar, con un “no voy a tocar” intentó obviar el acuerdo. Dicen que dos personas viajaron en helicóptero hasta Santiago, para contactar al intermediario, lo montaron en el helicóptero y desde allí volaron a Las Matas de Santa Cruz y presionaron al bachatero para que honrara lo pactado. Los intermediarios van cambiando según el humor del cantante. Hoy, Joselito Perla Negra puede filtrar encuentros –el contacto telefónico es un imposible– y el ingeniero Lenín Ramírez hace de mánager, privilegio que se traduce en ingresos extras (im)propios de su oficio.
Hasta su casa muchos se han aventurado en llegar –cuentan que es una travesía accesar al lugar de su residencia– sin que El Bachatú les reciba.
Empresarios discográficos, periodistas, peloteros, promotores y políticos se han marchado sin ver a “su majestad”. Cuando algún empresario tiene suerte y le contacta, Anthony Santos le invita a pasar por donde tocará su próximo baile, y allí le recibirá en su vehículo o en el camerino, y así se cierra el “contrato” de una posible presentación. También es así como se graban las promociones de sus fiestas, en los pasillos, antes de que El Mayimbe suba a tarima, rodeado de un tumulto de gente y guitarra al pecho, porque es el único momento que se dispone para esos fines.
Cuando un artista cobra entre RD$1.5 y 2 millones de pesos por presentaciones, el precio de entrada se vuelve astronómico y las reservas de las mesas en área VIP conllevan una reservación que va de los RD$100 a los 120 mil pesos.
La bebida en los lugares donde se presenta Anthony Santos va desde etiquetas doradas a las azules, hasta champaña inalcanzable para la mayoría; la asistencia de sus seguidores incluye a los “big leaguers” retirados y activos; mujeres de la televisión a las que poco les gusta la bachata y nuevos millonarios que mastican el ron y se toman el vino con hielo.
El éxito y la popularidad de Anthony Santos se las atribuyen a sus canciones, bachatas que inquietan los sentidos, su «buen manejo», que lo mantiene alejado del contacto en público con la gente común, –alimentando el morbo entre fanático-artista– ya que el cantante se toma hasta un año para volver a tocar en un mismo establecimiento.
Fuente: Maximo Jimenez. www.elcaribe.com.do
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