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12 de julio de 2010

Pasion Roja

Habían pasado poco más de 12 horas desde el disparo de Iniesta cuando la Copa del Mundo aterrizó ayer en Barajas . Lo hizo en las manos más famosas de España, las de Iker Casillas, que apareció en el umbral de la puerta del Airbus 340 que trajo a la selección de su periplo sudafricano cuando el reloj pasaba 10 minutos de las dos y media de la tarde. Del frío sudafricano los jugadores se sumergieron de golpe en el calor asfixiante de un país dispuesto a poner a hervir su pasión por la selección si hacía falta. Los más de 40 grados a pie de pista no importaron a los centenares de trabajadores del aeropuerto de Barajas que se agolparon en torno al perímetro de seguridad luchando por ser la primera cara que vieran sus ídolos en suelo español. Hubo quien se subió a las escaleras corredizas que dan acceso a los aviones para ver mejor y agitar con fuerza sus banderas o quien, como Leticia, una trabajadora de seguridad de una compañía aérea, prefirió quedarse a pie de pista con su bandera en la mano. "Llevo trabajando desde de las seis de la mañana, pero me quedo haciendo horas extra para ver a la selección", decía.

"Esto es un hecho sin precedentes que no sabemos si volveremos a ver, por eso estamos aquí". Hoy a las diez de la mañana les esperan en el trabajo. Quien puede que no llegue a tiempo al suyo hoy es Antonio, un murciano de 34 años, que se plantó con su camión, tuneado con la selección. Ayudado por sus cuñados, el viernes, cuando sintió que España iba a ser campeona del mundo reconvirtió su camión en un homenaje con ruedas a los 23 de Del Bosque. Completamente rojos y amarillos, los laterales del vehículo eran un retrato gigante de la plantilla. "Quizá no vea esto nunca más, así que el esfuerzo ha valido la pena", decía orgulloso ante todos los flashes que se llevaba su vehículo. A pocos metros, la figura delicada de Caterina y de sus tres colegas de una compañía de ballet ruso destacaban entre la marea roja. "Estamos desde hace un mes en Madrid y hemos venido a ver a los jugadores porque nos encanta el fútbol", decía mientras el "Yo soy español, español" sonaba por enésima vez. Durante un buen rato, los cánticos de los aficionados estuvieron dirigidos por la trompeta de José Manuel, un joven madrileño que a sus 22 años ya ha estado en dos finales. "Me arrepentí mucho de no llevarme la trompeta a Viena y, este año, me ha acompañado a Johanesburgo". No quiere desvelar cómo consiguió su entrada, pero el caso es que estuvo 38 horas en Sudáfrica.

Todo podía esperar. Como el autobús a casa de María, una mujer de 80 años que se vio atrapada por la marabunta colorada cuando intentaba coger el autobús de vuelta a casa. Como pronto comprendió que el enemigo era muy superior en ímpetu y energía, prefirió unirse a él. "Ya que estoy, me quedo y a ver si hay suerte y veo a Casillas". María tuvo que esperar a su autobús, pero a cambio se llevó una sonrisa de su portero favorito enseñándole esa mole brillante que resulta que es la Copa del Mundo. Y ayer estaba en Madrid. Para ella y para todos.

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